Es costumbre que tras la ceremonia religiosa, los recién casados se tomen una serie de fotos para inmortalizar ese momento. Por lo general, se suman familiares cercanos, como padres, hermanos y padrinos. Se trata de una instancia singular en el trabajo del fotógrafo ya que el resultado de esas tomas condicionan todo el resto del trabajo. En esta nota, algunas de las principales características que distinguen nuestro trabajo.
El fotógrafo como meteorólogo: El profesional estará atento, incluso en ese momento donde todo ocurre planificadamente, más en el ‘clima’ circundante que en lo que pasa frente a la lente. La comodidad para los contrayentes suelen promover que se sucedan reacciones espontáneas cargadas tanto de esteticidad como de autenticidad, dos cosas que de otro modo no suelen manifestarse para la cámara.
Mar de fondo: El vínculo entre los protagonistas y lo que tiene detrás de ellos debe jugar a favor de una atmósfera. El tipo de luces del ambiente, el contraste entre figura y fondo, el balance de blanco de la cámara y lente que se usan son claves en la búsqueda de retratos especiales. Si todo está amontonado o revuelto, se entremezcla o no cuenta con el aire suficiente, el resultado será confuso y poco estético. Para evitarlo, solemos proponer que las parejas se ‘muevan’ dentro del espacio físico destinado a los retratos, así se obtienen perspectivas que benefician a los protagonistas sin destacarse sobre ellos.
Esmero en los detalles: Por regla general, las fotos de esa parte de la noche se anclan en las particularidades que cada boda tiene, enfatizándolas como puntos de interés. El auto o carruaje que acompañó a la pareja desde la iglesia hasta el salón, la cola del vestido de la mujer, los gemelos que escogió el varón, un gesto de complicidad entre suegros, un cartel especialmente armado para la ocasión, todo es motivo de atención a la hora de los ‘clics’.